Entrevista

La periodista venezolana radicada en Mendoza y su desgarrador relato del exilio

Verónica Ojeda llegó a la provincia huyendo de la persecución y miseria que se vivía en su país. La pérdida de sus familiares a la distancia y su resiliente presente lleno de amor, comunicación y baile.

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Redacción ElNueve.com
9 de julio de 2023 | 11:46

Por: Marina Correa


“Tuvimos que vender todo, y todo es todo. Sabía que mi madre había empezado a vender los muebles para reunir el dinero para el viaje a Argentina, pero es indescriptible lo que sucedió un día al llegar a mi hogar en Venezuela, abrí la puerta de mi cuarto y solo quedaba la cama. Me invadió una sensación tan grande de vacío, me senté en el piso y me puse a llorar y llorar. Siempre digo, emigrar es de valientes no hay que romantizar el exilio porque es durísimo”, dice Verónica Ojeda periodista radicada en Mendoza.

Verónica Ojeda nació en Caracas, hija única, pero con una gran familia por parte de su madre y padre. “Vengo de un hogar donde se vivía en amor y crecí muy feliz. Aunque también hay en la familia historias de exilio, mi abuelito paterno debió huir de su España natal, él era un muy buen jugador de fútbol, pero lo reclutaron los militares y huyó en barco. Ahí en el mismo barco, conoció a mi abuelita y estuvieron luego toda la vida juntos en Caracas. Creo el primer gran golpe en la vida fue a mis 9 años, cuando mamá y papá se separaron, pero solo fueron diferencias entre ellos. Papá era un caballero, ambos se respetaban y siempre hubo diálogo, él era carpintero y mamá trabajaba en la secretaría de la presidencia de una empresa petrolera. Éramos clase media, pero de repente todo empezó como a hacerse más difícil, yo desde que nací no conocí otro gobierno que el de Chávez, entonces naturalicé la pobreza. Cuando creíamos que nada podía ser peor llegó Maduro y ahí sí todo empeoró aún más”, cuenta la periodista y bailarina.


Decidir el exilio


“Cuando iba al secundario el pueblo se empezó a revelar, a gritar al mundo y al gobierno, las injusticias que se vivían, comenzaron a realizarse marchas muy masivas que lógicamente eran reprimidas. De repente íbamos al supermercado y la plata literalmente no te alcanzaba para tener una buena alimentación, para tener una vida digna. Los medios de comunicación no tenían la ley mordaza que tienen hoy y todavía se podían escuchar la realidad que atravesaba el país, actualmente eso solo es posible en medios alternativos que luego pagan consecuencias. No existe la libertad de expresión y a la distancia como periodista, puedo decir que este es uno de los mayores flagelos, silenciar y oprimir la verdad de un pueblo”, cuenta Verónica al empezar su propio relato del exilio.

“Empezamos a participar de las marchas, ahí la vida se ponía en peligro, pero era tanta la impotencia que eso nos movilizaba, en mi caso siempre he sido muy justiciera. El ejercicio del periodismo está íntimamente vinculado con decir y contar, por tanto desde jovencita sentí que marchar era gritar la verdad, lo mismo que sintió mi madre. Pero eso valió que a mamá la amenazaran, que mi tía terminara en el hospital intoxicada por una bomba de gas lacrimógeno. Empezamos a darnos cuenta que todo se comenzaba a volver más oscuro y algo interno te dice que busques sobrevivir. Un día mamá llega a su trabajo y se entera que a su empresa la tomaron los chavistas y le dijeron que o se vestía de chavista, que es con colores rojos o se iba a la calle. Recién hace poco tiempo volvía ponerme algo rojo, en más si se fijan en los venezolanos exiliados, es raro los vean vestido de rojo. Para nosotros es un color asociado a la opresión, pero ya me estoy amigando con ese color y viéndolo en un país con libertad como es Argentina, retomo verlo en su belleza. Regresando a mamá, ella había conocido un argentino allá y se pusieron en pareja, un día me sienta y me dice, Vero está todo mal acá y va a empeorar queremos irnos a Argentina, te vienes con nosotros o te quedas con papá. Tomar esa decisión fue algo tan difícil, era una adolescente, amaba mi país, pero veía todo a mi alrededor y entendía la gravedad. Creo ahora, la decisión final fue gracias a mi padre que me alentó a venir, él internamente sabía quedarse solo era postergar esa especie de agonía. Me vine”, dice conmovida Verónica Ojeda.

Desde el Aeropuerto Verónica llamó a su papá llorando, sería la última vez que ambos hablarían estando en Venezuela. Antes, su mamá había vendido todo lo que pudo del mobiliario de su casa, así reunió el dinero suficiente para los pasajes y para aguantar una estadía hasta conseguir trabajo. “Tuve el privilegio de venirme en avión, muchos pasan horrores en el proceso de salir del país, cuando lo hacen por vía terrestre. Mientras iba en vuelo pensaba en mis amigas de flamenco, porque soy bailarina desde pequeña, el ADN español anda por mis venas y el baile ha sido una forma de expresión de la libertad de mi cuerpo. Nuevamente buscar la libertad, como mi abuelo en el barco, ahí iba yo en ese avión, y se me venían imágenes de mis veranos en Puerto de la Cruz, cerquita del mar en Venezuela. Allí visitaba cada verano a mis abuelos maternos y tengo grabada la imagen de ellos abrazaditos, queriéndose tanto.


Despedidas

Verónica hablaba seguido con su padre y un día como tantos otros habían tenido su charla de papá e hija. Una hora después de ese diálogo, suena el teléfono ella atiende y era su tío, contándole la noticia que jamás hubiera querido escuchar, su papá había muerto de un ataque al corazón fulminante. “Mamá justo estaba en Chile, se me paralizó la vida y cuando llegó me quebré en mil pedazos, mi padre estaba muerto y no podía correr a besarlo a abrazarlo, ahí empecé a entender lo que es el exilio verdaderamente. Es desmembrarte y a su vez permanecer viva, cuando se muere alguien que amás así a la distancia el corazón se desmaya de tanto dolor, pero seguís viva”, dice Verónica entre lágrimas que brotan evocando aquel momento.

“Inmediatamente me llené de trabajo, no quería pensar, necesitaba no parar, fui niñera, ingresé como fotógrafa en un sitio digital, seguí estudiando mi amado flamenco, pero algo me la vida me detuvo. Una mañana me atropellaron y me dejaron ahí tirada, justo una amiga iba pasando tomó el teléfono y le aviso a mi madre. Era la época en que le hacían creer a las personas que estaban raptados sus familiares, mamá no lo creyó. Volvió a llamar y ahí tirada le atendí el teléfono y le dije que era verdad. A ese golpe físico le siguieron otros, el fallecimiento de mi abuelo por parte de papá, de mi otro abuelo por parte de mamá y de mis tíos de un lado y del otro de la familia. Lógicamente todo esto no le pasó desapercibido a mi cuerpo, llegaron ataques de pánico y esa sensación de que estás muerta en vida. Pero muchas cosas me ayudaron a seguir adelante, la terapia gracias a la ayuda de la facultad, el quedarme mucho pensando el privilegio de haber nacido rodeada de relaciones absolutamente sanas. La familia que se arma en el baile, el flamenco es para mí lógicamente que lo ejerzo incluso como docente, una de las disciplinas que te forman no solo en el arte, sino en esa humanidad de la expresión y contención. Así como tuve mi familia flamenca en Caracas hoy puedo decir que también está en Mendoza. Y también encontré el amor, en esas coberturas fotográficas, conocí a mi actual pareja que es músico y llevamos ya 9 años juntos”, cuenta Verónica, ahora con una gran sonrisa en su rostro.


Mendoza su hogar


“Cuando estudiaba en la facultad muchos me decían, ay con ese acento tan lindo vas a conseguir trabajo muy rápido, la realidad fue otra, me ha costado horrores conseguirlo. Puedo decir hoy que esta tierra mendocina, es mi hogar porque el hogar es donde uno decide construirlo, pero sí también no fue sencillo insertarme tan fácilmente, porque Mendoza tiene sus códigos. Nunca forcé nada, todo lo contrario, dejé que las cosas fluyeran y así de a poco, empezaron a conocerme y se me fueron abriendo puertas. En la danza, soy parte de una de las compañías más prestigiosas como Herrería Flamenca, he podido estar en shows de grandes artistas y me encontré en escenarios impensados con mucha felicidad. En el periodismo, empezaba a pensar que jamás se terminaría de abrir esa puerta, hasta que un día llegó. Hoy colaboro con el equipo de ELNUEVE.COM y estoy feliz de la vida, con el grupo humano que lo integra. Son excelentes profesionales, pero antes, personas empáticas y amorosas, es algo que aún no puedo creerlo por la alegría que tengo de trabajar en una de las áreas en las que me formé”, decía Verónica. 

“Respecto a Venezuela mi deseo más profundo es que recupere pronto la paz y que ese recuperar la paz sea de forma pacífica. Venezuela es un país hermoso con gente maravillosa y ojalá pueda volver a ser la patria que conocieron mis abuelos, donde la libertad era como aquí, algo respetado y consolidado. En Mendoza hay muchos venezolanos, y entonces por ahí paso por un negocio y suena música venezolana y se me eriza la piel. También está nuestra gastronomía, amo cuando en algún asadito de los que tanto aman los argentinos, ahora me piden que no me olvide de llevar arepas. He logrado mi propia vida en paz, rodeada de mi gente. Tengo la dicha de tener una madre que es maravillosa, la pareja de mamá que es un gran hombre, de contar con mi compañero de vida, que tiene una paciencia gigante a mi enorme intensidad. Ojalá cuando seamos viejitos, nos veamos como mis abuelitos abrazados y siempre queriéndonos”.

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